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Story

Por Bill Mccormick, SJ

1 de octubre de 2019. – ¿Cuál es el futuro de las universidades jesuitas? ¿Cómo debería ser?

Estamos en una era de reformas en la educación superior de los EE. UU., tanto dentro del mundo jesuita como fuera de él. Muchos son partidarios de orientar a las universidades hacia nuevas direcciones argumentando a menudo que éstas necesitan capacitar a la futura fuerza laboral. Esa fuerza de trabajo, según dicha explicación, necesita conocer todo sobre ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas: la educación STEM [por sus siglas en inglés], donde el énfasis suele estar en la “T”.

Esas propuestas ya han sido adecuadamente discutidas en otras partes. Pero quisiera reflexionar sobre la misión de una universidad jesuita y sugerir que una preocupación exclusiva por la educación STEM no permitirá a nuestras universidades cumplir su misión.

La misión de las universidades jesuitas es educar a la persona en su plenitud

En su conferencia [en inglés] de Santa Clara del año 2000, el entonces superior jesuita P. Peter-Hans Kolvenbach argumentó que las universidades jesuitas tenían que ser fieles a ambas partes de su nombre: ser jesuitas y ser universidades. Al vislumbrar el futuro de estas instituciones, el P. Kolvenbach estaba quizá más preocupado por la palabra jesuita que por la palabra universidad. En nuestra época, sin embargo, no es menos importante preguntarse qué es lo que las convierte en una universidad.

Esto se debe a que la naturaleza misma de la universidad está en duda hoy en día; y, en cualquier caso, sólo si realmente sabemos qué tipo de cosas hacen a una universidad podremos pensar en cómo la misión jesuita puede apoyar y desafiar a las universidades jesuitas en su labor como universidades.

La misión de la universidad es ser universal: convertirse en un lugar donde la amplitud y profundidad de la experiencia humana puedan ser ponderadas y transformadas en conocimiento común para todos. El Decreto 17 de la Congregación General 34, “La Compañía y la vida universitaria”, describe a las universidades como “sitios donde podría conseguirse un bien más universal” (n. 404), y alaba la función de la universidad como “un lugar de serena y abierta investigación y discusión de la verdad” (n. 409). Estas son ideas relacionadas: identificar el “bien más universal” requiere una búsqueda “serena y abierta investigación” de la verdad. Y sólo si tenemos una apreciación universal de la realidad sabremos que existe la “verdad” más allá de lo meramente útil.

El lenguaje de la GC 34 confirma el espíritu original de la universidad: una universitas o lugar donde los estudiosos de todo tipo pueden unirse como en una comunidad. Los académicos, por supuesto, habían estudiado muchas cosas diferentes, pero tenían la sensación de que estaban comprometidos con un trabajo mutuamente complementario y que, juntos, su trabajo de alguna manera formaba una visión del mundo.

Uno de los principios favoritos de San Ignacio para el discernimiento en las Constituciones es “el servicio mayor a Dios y al bien universal”. La Congregación General ofrece este principio como algo básico para la vida de la universidad jesuita. Las universidades pueden hacer muchas cosas, pero lo que las hace únicas e irreemplazables es su dedicación al conocimiento de toda la realidad, incluyendo a toda la persona.

La educación STEM no puede ser lo único que hagan las universidades jesuitas

Así que si las universidades jesuitas están destinadas a ser universales y ordenadas hacia la educación de toda la persona, la educación STEM por sí sola no puede cumplir su misión. La educación STEM no es un conocimiento del todo, ni es una educación de toda la persona. Concibe tanto el conocimiento como la educación con propósitos utilitarios, y reduce al humano a un simple trabajador. Además, reduce aún más a la universidad a un programa de empleo y formación para el mercado. No obstante, toda persona requiere de una educación del carácter y no sólo de habilidades. Los seres humanos somos más que obreros: estamos hechos para el autoconocimiento, para las relaciones con los demás y con Dios, y para el compromiso pleno de todos nuestros dones en todo el espectro de la realidad.

La educación no se refiere simplemente al dominio de una materia y la eficiencia, tal como seríamos valorados por la educación STEM. La educación trata de la capacidad de preguntarse, de asombrarse y sobre la contemplación. Nos llama a considerar el don de la vida y la dignidad de la persona como asuntos misteriosos. Nos llama a ver que ninguna ciencia o ideología puede abarcar toda la realidad, y que los humanos de alguna manera deben aceptar humildemente que siempre hay más por saber, más por amar. Y de eso se trata en última instancia la educación: de un amor más profundo por una realidad que no creamos y que no podemos controlar. La educación debe apoyar todos estos bienes.

Además, los programas STEM no pueden generar los criterios por los que son juzgadas otras partes de la universidad. La mayoría de las escuelas no recortará todo a favor de la educación STEM, como lo hace actualmente la Universidad de Tulsa [en inglés]. Sin embargo, una preocupación más sutil se halla en las administraciones universitarias que comenzarían a tomar los programas STEM como la medida de todas las cosas. Las humanidades no deben quedar marginadas o eliminadas porque no sean los centros de los beneficios o porque sus graduados no ganarán tantos ingresos. Además, no deberían justificarse únicamente por los motivos pragmáticos y contingentes de que sean útiles o no para completar la educación de los trabajadores tecnológicos.

La educación presupone que los profesores y las universidades tienen algo que enseñar a sus alumnos. Si una estudiante me dice que todo lo que desea en esta vida es dinero y placer, no voy a responderle: “¡Genial! ¿Esa es tu visión para prosperar? Permíteme reorientar todo el plan de estudios para cumplir con ese objetivo”. En cambio, desafiaré a la estudiante en su comprensión de lo que significa ser una persona humana y lo que hace felices a los seres humanos.

En la educación superior escuchamos con demasiada frecuencia que tenemos que atender a los intereses cambiantes de los estudiantes o a las presiones del mercado. Ciertamente, las universidades jesuitas pueden y deben prestar atención a ambos. ¿Pero nosotros, como educadores, sabemos una cosa o dos sobre lo que nuestros estudiantes realmente necesitan? ¿No tenemos el deber de instarlos a mirar más allá de una moda actual?

Los educadores tenemos que creer que conocemos cosas que nuestros estudiantes no saben, y que nosotros, como universidad y sociedad, debemos valorar muchos asuntos que el mercado, a menudo, tiene dificultades de valorar, como la compasión, la solidaridad y la sabiduría. Y si los estudiantes están “votando con los pies” por nuevos programas académicos, entonces eso no significa que debamos precipitarnos irreflexivamente a ponernos al día con ellos. Significa más bien que tenemos que hacer un mejor trabajo mostrándoles por qué se están encaminando en la dirección equivocada.

De todos modos, la evidencia no es tan clara. Para cada estudiante que presiona por un futuro tecnológico brillante, hay muchos otros ansiosos y solitarios cuyo futuro es incierto [en inglés]. La tecnología ha aislado a nuestros estudiantes tanto como los ha unido, amenaza con reemplazar muchos de sus empleos y les plantea preguntas existenciales sobre la naturaleza de la humanidad. En otras palabras, ni siquiera estamos escuchando a nuestros estudiantes cuando afirmamos que están clamando sin sentido crítico por una preparación para la nueva economía.

Las universidades jesuitas pueden ser un fermento para el mundo

La mayor amenaza en la reforma de la universidad no es que vayamos a ser demasiado lentos para adaptarnos a las nuevas realidades tecnológicas, económicas y sociales. Más bien, la mayor amenaza es que seremos demasiado rápidos para convertirnos en cómplices de los peores momentos. Pero eso sucederá si elegimos no prestar nuestra guía intelectual, moral y espiritual a esas realidades cambiantes.

Sin duda, diferentes instituciones tendrán distintos enfoques. Pocas o ninguna universidad pueden hacerlo todo bien. Pero, ¿qué necesita el mundo hoy en día? En un mundo que habitualmente caracterizamos como fragmentado, dividido, polarizado, tribal, balcanizado y quebrado, lo que parecería ser más urgente es una visión del todo: una comprensión de la realidad y del lugar de los seres humanos dentro de ella. Sin embargo, hablar de los humanos que tienen ese lugar supone que podemos hablar significativamente de los “humanos” como una unidad coherente; y eso no es algo fácil de imaginar hoy.

La reforma de las universidades jesuitas debe inspirarse en una visión seria y sustantiva de lo que son y pueden ser las universidades. La palabra «inspirarse» es complicada: ¿cómo podemos ser a la vez sensibles a las necesidades del presente y fieles a nuestros compromisos más profundos?

Por supuesto, este es el desafío del Evangelio: ser el fermento de una antigua fe en el mundo de hoy.

Bill Mccormick, SJ, es de Texas; antiguo voluntario de la Compañía y Jesuita de la Provincia Central y del Sur de los Estados Unidos; es regente en la Universidad de Saint Louis, donde enseña ciencias políticas y filosofía. Entró en la Compañía en el 2013, después de haber estudiado política en Chicago y Texas. Es editor colaborador de America Magazine.

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