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Story

Por Shannon K. Evans

12 de septiembre de 2019.- Me encontraba en un momento crítico y poco ordenado en el camino de mi fe cuando me enteré de un largo retiro ignaciano ofrecido en mi parroquia. Mi conversión a la Iglesia católica cinco años antes había sido impulsada por mi desilusión con las emociones de mi experiencia evangélica protestante. Finalmente, una crisis personal me condujo a buscar una expresión de fe basada en la tradición antigua más que en mi capacidad poco fiable de sentir la presencia de Dios.

Shannon K. Evans

Esto representó un paso apropiado y necesario para mi fe; sin embargo, por muchos años me sentí más dependiente de rituales y oraciones colectivas, y menos segura de confiar en mi experiencia personal de lo divino. Cuando vi el anuncio del retiro ignaciano en el boletín parroquial, me di cuenta de que yo ya no tenía ninguna relación personal con Dios. Es más, honestamente, no estaba segura de creer en su existencia.

Como alguien permanentemente decepcionado por el inevitable choque que viene tras la experiencia de la montaña de cortos retiros de fines de semana, la idea de hacer un retiro de nueve meses de duración me intrigó. Bajo este formato, la docena de participantes se comprometía a pasar media hora al día inmersa en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, usando como guía el libro del P. Kevin O’Brien, SJ, titulado La aventura ignaciana (en inglés). Cada semana, entre septiembre y mayo, el grupo se reunía para compartir sus experiencias y reflexiones. Además, cada participante se reuniría quincenalmente con uno de los directores espirituales que dirigen el retiro para examinar más a fondo cómo Dios se movía y hablaba en sus vidas.

Sabía que esos requerimientos tan prolongados serían una carga para mi ya estrecho margen personal. Nueve meses es mucho tiempo para que alguien haga compromisos diarios y semanales, sin mencionar el hecho de ser madre de cuatro niños pequeños. Pero aún más desalentador para mí era que los Ejercicios Espirituales de Ignacio dependieran del compromiso de nuestra propia imaginación con la oración y la lectura de las Escrituras, sobre todo, cuando en ese momento de mi fe la imaginación se había vuelto altamente sospechosa. Había demasiadas razones en mi espejo retrovisor para dudar de que Dios nos hablara de esa manera. Ya no confiaba ni en mi imaginación espiritual ni en la de los demás.

Pero, de nuevo, si hacer los Ejercicios Ignacianos pudiera de alguna manera salvar rápidamente mi deshilachada fe, ¿no valdría la pena dejar de lado mi escepticismo? Si realmente hubiera una voz de Dios para que yo aprendiera de nuevo la manera de escucharla, entonces, este antiguo camino de oración podría ser la manera de encontrarla. Por otra parte, si lo diera todo y nada cambiara, bueno, quizá finalmente ya podría poner fin a todo este asunto.

Me inscribí en el retiro antes de estar totalmente convencida.

Los Ejercicios Espirituales (Universidad Loyola Chicago)

Entonces, en el transcurso de los siguientes nueve meses, experimenté el crecimiento espiritual más significativo de mi vida. Inesperadamente resultó ser un año bastante tumultuoso: una dolorosa separación del ministerio para el que trabajaba, un embarazo sorpresa y una cirugía de emergencia en una retina desprendida, y todo ello combinado en el servicio como una especie de crisol espiritual. Sin la estructura del retiro o la guía de sus sabios y maduros facilitadores, probablemente me habría tambaleado a través de esos meses agitados y atónitos. No obstante, prosperé, y lo hice vibrantemente.

Había comenzado el retiro con la disposición de expresar mi incapacidad de confiar en que Dios se comunicara conmigo (o con alguien) personalmente. Pero rápidamente me di cuenta de que el problema más profundo era que no confiaba en mí misma. El enfoque de Ignacio, particularmente bien presentado por la interpretación y aplicación del P. O’Brien, aborda directamente esto. Día tras día se me pedía que notara mis respuestas honestas a las Escrituras – un ejercicio que era bastante extraño para mí. Después de toda una vida de conocer las respuestas “correctas” de la Biblia y mi crecimiento gradual e insatisfecho con éstas, la libertad de ser completamente sincera sobre los sentimientos que surgieron en mí fue más reconfortante de lo que había imaginado.

Mientras aprendía a darme permiso para dudar, cuestionar y considerar nuevas perspectivas sin temor a equivocarme, algo extraño sucedió: en vez de sentirme desestabilizada, reconocí que mi fe se estaba volviendo más fuerte. Se estaba volviendo auténticamente mía. Estaba aprendiendo a aguantar la tensión, a bregar con las áreas grises y, aun así, vincularme con las Escrituras y la oración de una manera transformadora. Lentamente, mi experiencia personal de Dios llegó a ser más importante que las preguntas sin respuesta que una vez habían atravesado mi cerebro. Finalmente, estaba aprendiendo a confiar en mí misma.

La naturaleza de retiro atrajo a un grupo diverso de buscadores espirituales o Compañeros de Jesús, como nos referimos a nosotros mismos. Muchos de nosotros éramos católicos, pero también había varios protestantes. Hombres y mujeres. Liberales y conservadores. Dos mamás jóvenes y un sacerdote jubilado. La hija de unos granjeros de Iowa y la hija de unos refugiados centroamericanos.

Semana tras semana, nos reuníamos para dar testimonio de nuestros viajes. Semana tras semana, aprendí a honrar la individualidad de la experiencia de Dios de cada persona, sin importar lo diferente que sea de la mía. Ignacio escribió a menudo de la libertad espiritual y la encontré sentada en ese círculo de extraños convertidos en amigos, ensanchando mi corazón para ver la belleza en la búsqueda de lo divino por parte de otro. Mientras aprendía a confiar en mí misma, descubrí que también era más capaz de confiar en los que me rodeaban con sus propios viajes personales.

Confieso que en los meses siguientes al termino el retiro, no he mantenido la práctica diaria de la lectura de las Escrituras y la oración. Aun así, el ethos de los Ejercicios Espirituales continúa coloreando la forma en que participo en mi relación con Dios. A través de la práctica de enfrentar mi propia incertidumbre, siendo honesta conmigo misma sobre los sentimientos que surgen y confiando en que Dios me está hablando a través de esos mismos sentimientos, y no a pesar de ellos, tengo razones para esperar que mi viaje con Jesús no ha terminado, sino que apenas ha comenzado.

Shannon K. Evans es autora de “Embracing Weakness: The Unlikely Secret to Changing the World.” Sus escritos han sido publicados en las revistas America y Saint Anthony Messenger, y en los portales web Ruminate, Verily, Huffington Post, Grotto Network y otros. Shannon, su esposo y sus cinco hijos viven en el centro de Iowa.

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